jueves, 2 de agosto de 2012

La Coca-Cola y el mal

Se nos explica que la medida se tomará “en sintonía con el fin del calendario maya” y como “parte de los festejos para celebrar el fin del capitalismo y el comienzo de la cultura de la vida”. Por lo visto, hay una estrecha relación entre la Coca-Cola y la astrología. Dice el canciller boliviano, en una de varias citas memorables, que “el 21 de diciembre de 2012 es el fin del egoísmo, de la división, el 21 de diciembre tiene que ser el fin de la Coca-Cola y el comienzo del mocochinche. Los planetas se alinean después de 26.000 años”. (Me explica El País, por fortuna, que el mocochinche es un refresco de durazno). Y luego habla del final del calendario maya con el cual “tiene que terminar la macha; estamos en la macha, la oscuridad. Es el fin del odio y el comienzo del amor, es el fin del capitalismo y es el comienzo de la Pacha, del amor, del comunitarismo”. Cualquier parecido con la era de Aquarius es pura (y divertida) coincidencia.
Qué le voy a hacer: siempre me han apasionado estos momentos en que los regímenes, poco importa que sean de izquierda o de derecha, descubren de repente el poder de los símbolos y se embarcan en estas luchas inanes. Hace unos años escribí una columna sobre la curiosa deriva del gobierno polaco de los conservadores hermanos Kazcinsky, que por esos días habían logrado que el borrador del tratado de la Unión Europea incluyera una “cláusula de moralidad” para que los polacos acusados de violar la moral (según las leyes de su gobierno conservador) no pudieran acudir a tribunales europeos (con lo cual quedarían a merced de ese gobierno). El ministro de educación de la época declaró su intención de prohibir que se hablara de homosexualidad en las clases y la Defensora del Menor anunció que abriría investigación para averiguar si Tinky-Winky, uno de los teletubbies, era homosexual. No sé cuál haya sido la conclusión del estudio, pero sí sé que ahora, con la que está cayendo, los polacos estarán preguntándose si no habría mejor manera de gastarse sus impuestos.
Pocos meses después de aquello, el otro lado del espectro político decidió que no se quedaba atrás. Si el gobierno derechista y ultracatólico de los Kazcinsky les declaraba la guerra a los teletubbies, el gobierno bolivariano y socialista de Hugo Chávez se lanzaba contra los Simpson. No sé si lo recuerden ustedes, pero la Revolución declaró en algún momento que los Simpson eran “una mala influencia” y presentaban un modelo negativo de familia, y ordenó al canal que los cambiara de horario. Homero y Marge Simpson, como la Coca-Cola en Bolivia, amenazaban la pureza del ciudadano. Y estos gobiernos, claro, se sienten obligados a protegerlos, a proteger esa pureza. O como cuando el Vaticano pidió que las librerías católicas dejaran de vender El código Da Vinci: la novela de Dan Brown, al parecer, estaba conduciendo a los fieles a la confusión.
Pienso en estos días en el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, que escribió una gran biografía del Che Guevara mientras consumía, según cuentan sus amigos, cantidades legendarias de Coca-Cola.
Aunque tal vez no sea más que un rumor inventado por el imperio.

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